Husserl dijo a principios del siglo pasado que la Filosofía actual ha perdido el poder que había tenido durante toda su historia, el de ser la guía de la humanidad. En parte porque ha desarrollado un discurso tan académico que se ha alejado del entendimiento del 99% de la gente (algo que arrastramos desde el final del XIX, cuando la filosofía se recluyó en las universidades). Y en parte porque vivimos en unos tiempos en donde tiene mucha más fuerza un meme que una larga reflexión.
En los tiempos griegos, el ideal que proponía la Filosofía era lograr un gobierno perfecto y que el ser humano llegue al equilibrio entre la verdad, la belleza y el bien. En los tiempos de la ilustración, Kant trataba de guiar a la humanidad a que alcanzase su máximo potencial a través de la razón. Cuando la filosofía guía el mundo, éste parece responder a un diseño que lo dirige en cierta dirección interesante. Pero el auge de la especialización en el conocimiento descartaba el saber holístico y ecuménico que originariamente tenía la Filosofía, incluso entre los filósofos, para quienes dicha especialización no ha sentado tan bien como en las ciencias físicas y sociales.
Hablando de las ciencias, se podría esperar que ellas hubiesen heredado la posición de liderazgo, como evolución natural de la Filosofía. Lamentablemente no ha sido así, y quien se ha erigido como nuevo líder es el mercado. Por su culpa, la humanidad se desarrolla de manera aleatoria y autodestructiva, siguiendo los principios hedonistas y egoístas que dicta el nuevo rey. Un sistema económico que se basa en el beneficio propio, ya sea personal o empresarial, es difícil que consiga algo por el bien común.
Nuestro sistema social, la mal llamada democracia, se rige por programas políticos que sólo llevan a cabo iniciativas locales, que no suelen ir más allá del tiempo de la legislatura del partido gobernante y que básicamente gira en torno a garantizar el estado del bienestar. Los asuntos globales como la supervivencia en este planeta obtienen una atención secundaria, y casi siempre por presiones externas en forma de tratados internacionales, que suelen acarrear pocas penalizaciones en caso de incumplirse.
Necesitamos de un gobierno mundial. Pero en vez de volver a volcarlo en la clase política, con los problemas que historicamente trae en forma de corrupción y manipulación, propongo que lo hagamos entre todos, a través de diferentes acciones sociales.
Actualmente, las acciones sociales que tratan de cambiar las cosas suelen ser iniciativas puntuales que generalmente no llevan a nada. Lo que es peor, hemos llegado al llamado slacktivismo, un activismo vacío, consistente de dar likes en facebook para salvar a una niña con cáncer o firmar peticiones para detener una guerra en Senegal. Actos que no sólo no resuelven nada, sino que dificultan acciones posteriores al satisfacer el impulso de la gente por querer cambiar las cosas, en plan “firmo la petición y me olvido del tema”.
Tal vez necesitemos de la ayuda de las nuevas tecnologías para promover cambios más eficientes. Redes sociales, plataformas digitales y, por supuesto, videojuegos.
Parte de la magia de los videojuegos es crear mundos mejores. No me extraña que los gamers prefiramos pasar más tiempo en mundos virtuales que en el mundo real. La diseñadora de videojuegos Jane McGonigal lo explicaba bien en su libro Reality is Broken: Que los jugadores nos aislemos de la realidad en los videojuegos no es tanto un problema como un síntoma de que la realidad no funciona bien. Los videojuegos se adaptan perfectamente a nuestro proceso de aprendizaje y de resolución de problemas. La realidad no. Los videojuegos satisfacen una necesidad que la realidad no hace. La propuesta de Jane es convertir la realidad en un juego. Mi propuesta va más allá: usemos ese juego para cambiar el mundo.
Como ella explica, si tuviéramos que elegir la sensación que siempre tratamos de buscar en todo juego, es la de “Fiero”. Esta palabra italiana define sensación épica de estar haciendo algo importante con repercusión en un todo mayor, la emoción del triunfo sobre la adversidad, la necesidad de salir de la cueva y conquistar el mundo. Es una llamada a los desafíos que están por resolver. A sentirnos los amos de nuestro destino.
Transfiramos esa sensación al mundo real.
Para ello, necesitamos pensar en grande. Crear Objetivos Épicos. Cosas como hacer un sistema económico más justo con el planeta y todos sus habitantes. O colonizar la galaxia y explorar el universo. O erradicar la pobreza y conseguir una justicia universal. O una cultura fácilmente accesible por todos. O potenciar el crecimiento humano más que centrarse sólo en acumular cosas. O incluso diseñar el siguiente nivel de evolución humana. Cosas, en definitiva, que molan. Y, para lograrlo, sólo necesitamos un sistema con el que todos podamos dar pequeños pasos para que la humanidad en su conjunto consiga todos estos objetivos.
Gaminds, tras siete años de diseño, es el intento de este humilde filósofo gamer de hacerlo realidad.